El Romanticismo, parte 3 de 3

 


EL ROMANTICISMO ALEMÁN

1. La primera generación

     En la literatura, según vimos, el primer movimiento romántico tuvo su sede en Alemania. También hemos estudiado la figura de Beethoven, quien musicalmente parte del clasicismo y es al mimo tiempo el primer músico romántico.

     Contemporáneos suyos, pero más jóvenes que él, Weber y Schubert mueren casi al mismo tiempo que Beethoven. En ellos centramos la primera generación romántica.

     Carl Maria Von Weber (1786-1826) fue un típico artista de transición entre el antiguo régimen y el nuevo. Gran parte de su vida estuvo al servicio de la aristocracia o la realeza, como los músicos del clasicismo. Pero al mismo tiempo fue un gran virtuoso del piano,, para el que compuso numerosas piezas (su célebre Invitación al vals, sonatas, conciertos...). Su importancia, sin embargo, más que en las sinfonías o en el piano, estriba en su música escénica con texto alemán. Como compositor de óperas le estudiaremos más adelante. El gusto por la descripción de la naturaleza y por lo pintoresco le caracterizan, además de ser el creador del teatro musical alemán.

     Franz Schubert (1797-1828) es, en cambio, un artista netamente romántico: vida brevísima, existencia burguesa y un tanto fracasada, no logró ningún cargo aristocrático. Su público fue la burguesía intelectual vienesa. Formado en la capilla imperial de Viena como niño de coro, Schubert tiene el don, casi milagroso, de la melodía. Su obra más ambiciosa, las sinfonías, las sonatas para piano, su música de cámara, son abordadas como la "gran forma" clásica. A pesar de su hermosura, no son el medio apropiado para que el arte de Schubert se manifestara plenamente; Schubert alcanza el milagro y la genialidad en las formas breves, sobre todo en el "lied", canción con acompañamiento de piano, que examinaremos más adelante.


2. La segunda generación

     El pleno romanticismo se logra con los músicos de esta segunda generación, que comienzan a escribir sus obras por los años en que Weber, Beethoven y Schubert mueren. Podríamos llamarla "generación de 1830". Sus principales componentes son:

     Félix Mendelssohn (1809-1847). Procede de una rica familia de banqueros judíos y estuvo espléndidamente dotado para la música, con un gran sentido de la forma clásica: muchas cosas en contra para ser considerado el típico músico romántico. Sin embargo, es uno de los músicos más completos de su época, al que debemos, entre otras cosas, el descubrimiento moderno de la obra de Bach.

     Nació en Hamburgo y, tras una brillante carrera internacional, terminó su vida en Leipzig, a la que convirtió en el centro musical de Alemania. En la sinfonía, sin romper la forma, introduce un lenguaje nuevo colorista: sinfonía "italiana". Más interés tiene su música escénica, en donde sobresale su Sueño de una noche de verano, o sus oberturas (La gruta de Fingal), en las que hay más libertad y voluptuosidad. Ensayó también el oratorio a la manera grandilocuente de Haendel (Paulus, Elías) y música de cámara y concertante (Concierto para violín). Gran virtuoso del piano, su obra pianística es también abundante: más que sus sonatas, apreciamos hoy sus Romanzas sin palabras, pequeñas composiciones que analizamos más adelante.

     Robert Schumann (1810-1856) es tal vez el más fiel representante del romanticismo germánico. Universitario, escritor que funda una revista musical, fustiga sin piedad el italianismo fácil y a los "filisteos" que se venden a la burguesía. Es un excelente pianista, que se casa contra viento y marea con la hija de su profesor, Clara Wieck; su obra pianística es extensa, profunda y apasionada. Es también autor de numerosas canciones, a veces agrupadas en ciclos, que son las únicas que pueden competir e incluso aventajar a Schubert. Aborda también la gran forma, tanto en el piano como en la orquesta: sonatas, cuatro sinfonías y música para obras teatrales, como el "Fausto", de Goethe, o "Manfredo", de Byron, además de música de cámara de excepcional calidad.

     Refinado poeta del piano, apasionado compositor sinfónico, Schumann está en el núcleo del romanticismo alemán.

     Richard Wagner (1813-1883) es el creador de la ópera alemana, y por ello le estudiaremos más adelante. Pero, al mismo tiempo, su concepción del colorido orquestal y de la música programática influirán notablemente en sus contemporáneos y en los compositores de la tercera generación de músicos alemanes: Brahms y, sobre todo, Bruckner.


EL ROMANTICISMO INTERNACIONAL

     Tiene a París como centro, pero no es verdaderamente una "escuela francesa". Sus artistas principales, salvo Berlioz, no son franceses, y todos ellos viajan continuamente por toda Europa. Unidos por profundos lazos de amistad personal, cada uno encontrará su camino de diferente manera.

     Héctor Berlioz (1803-1869) es el mejor exponente del romanticismo francés. Temperamentalmente exaltado, deja sus estudios de medicina por la música y logra un gran triunfo con su Sinfonía fantástica (1830). Propagandista e introductor del arte sinfónico de Beethoven en Francia, su sinfonía supone un gran paso hacia adelante: en el empleo de la orquesta, más colorista y grandiosa; en la introducción de un "programa" literario, en el que se reflejan incluso sus propias vicisitudes personales, y en el uso de pequeñas células melódicas que aparecen en toda la composición y se transforman según el carácter de la música.

     La novedad de este lenguaje musical le convierte en un incomprendido de la burguesía. Sus grandes obras, a mitad de camino entre la escena y el oratorio (La condenación de Fausto, La infancia de Cristo), fracasan económicamente. Pero pone las bases que tanto influirán en Liszt y en el mismo Wagner. Es autor también de una impresionante Misa de Requiem y, en el campo de sus numerosos escritos, de un Tratado de instrumentación (1844) básico para la evolución de la orquesta moderna. En sus memorias nos han dejado un precioso documento para comprender la lucha entre el italinismo fácil y melodioso que atraía a la burguesía de toda Europa y el nuevo lenguaje riguroso y moderno.

     Franz Liszt (1811-1886) es el verdadero prototipo del artista romántico internacional y uno de los que consiguieron mayores triunfos personales. Su personalidad, generosa y apasionada, recorre casi todo el siglo XIX: fue amigo y defensor de todos los músicos, a los que ayudó y estimuló.

     Nacido en Hungría, se forma en Viena y triunfa en París muy joven como pianista brillantísimo. El arte orquestal de Berlioz le abre los ojos y, poco a poco, va cediendo en su carrera de virtuoso del piano y se dedica a la composición. Tras su estancia en Ginebra con la condesa D'Agoult, con quien vive un apasionado amor romántico y tiene dos hijas (una de ellas, Cosima, será la esposa de Wagner), su etapa más fructífera está centrada en Weimar, capital de un pequeño estado alemán. Allí compone para la orquesta sus célebres poemas sinfónicos: Sinfonía Dante, Sinfonía Fausto, Los preludios, etc. También compone para el piano, el instrumento de sus triunfos: al igual que Paganini, quien transforma la técnica del violín, la manera moderna de tocar y componer al piano nace de Liszt. Sus estudios de ejecución trascendental elevan al instrumento al límite de sus posibilidades técnicas. Son también célebres sus Rapsodias húngaras, basadas en el folklore de su país, su Sonata y muchas otras páginas, en las que traslada al piano el concepto de música programática.

     Al final de una vida un tanto tumultuosa recibe en Roma las órdenes menores eclesiásticas. La figura del abate Lisz de esta última época se convierte en el padre de la música romántica, profundamente individualista, pero con una renovación del lenguaje verdaderamente extraordinaria.

     Frederic Chopin (1810-1845) tiene una vida más breve, casi por entero dedicada al piano. Polaco, gran concertista, también muy viajero, centra su vida en París. Allí es estimado por un público culto y no muy numeroso. Casi toda su obra es pianística, muy brillante, de contenido melancólico e intimista y de gran perfección. No es la gran forma su mejor ideal, ni tampoco domina el arte de componer para la orquesta, como Berlioz o Liszt. Sus tres sonatas para piano o sus dos conciertos para piano y orquesta no añaden gran cosa a la evolución de las formas musicales.

     Es en la pequeña forma, de gran libertad formal, de sencilla estructura, donde alcanza la genialidad. La examinaremos más adelante. Pero conviene anotar la frecuente inspiración en el folklore de su país (polonesas, mazurcas) y su aportación a la técnica pianística en dos series de Estudios en los que la técnica se une a una inspiración musical de intensísima expresión.


LA TERCERA GENEARCIÓN GERMÁNICA

     Podríamos estudiar ahora a los compositores que, nacidos una o dos décadas después, recogieron la herencia de los románticos y la llevaron hasta las postrimerías del siglo. Se trata, fundamentalmente, de Johannes Brahms (1833-1897) y de Anton Bruckner (1824-1896); en los dos se da un retorno hacia la gran forma sinfónica y un lenguaje musical más avanzado. Pero su estudio cobra pleno sentido encabezando a los postrománticos, de manera que quedan pospuestos para el capítulo XVIII.

**(Texto tomado de MÚSICA Y SOCIEDAD de Jacinto Torres, Antonio Gallego, Luis Álvarez)

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