El Romanticismo, parte 2 de 3
LA LITERATURA
La palabra "romanticismo" nació como un concepto literario y más tarde se trasladó a lo artístico. El romanticismo produjo una abundantísima literatura, y tanto la poesía como el teatro y la novela se convierten en los divulgadores de los sentimientos burgueses.
En el siglo XIX nace el periodismo, que con los medios de reproducción gráfica (la litografía; la xilografía, en la cual la matriz es un trozo de madera que reproduce la imagen como un tampón de oficina) hace asequible a la mayoría tanto la palabra como la imagen artística. En los periódicos no solo se incluyen noticias, sino también poesías y novelas. Estas van saliendo por fragmentos y son las llamadas novelas de folletón, en las que triunfan Alejandro Dumas (Los tres mosqueteros, La dama de las camelias), Eugenio Sué (Los misterios de París), etc. Se pone de moda la novela histórica, frecuentemente de ambiente medieval, como las de Walter Scott (Lucía de Lamermour). En el teatro triunfan Victor Hugo (Hernani), Antonio García Gutiérrez (El trovador)... Ya veremos que muchos de estos títulos y argumentos, tanto de novelas como de obras teatrales, son luego llevados a la ópera.
Pero es en la poesía donde el romanticismo alcanza su mayor intensidad. Son los poetas alemanes de principios de siglo quienes inician el movimiento (Goethe) y lo prosiguen (Hölderlin, Heine). También brota muy pronto en Inglaterra (Byron) y Francia (Lamartine). En España, el romanticismo es un poco más tardío, y sus figuras más representativas son Bécquer y Rosalía de Castro.
Hacia 1830, sobre todo en la novela, se efectúa un nuevo giro en el arte literario. Se dejan de lado los temas románticos y la literatura se convierte en algo más realista y más conectado con la sociedad, a la que intenta reflejar. En este contexto hay que situar las novelas de Stendhal y Balzac, en Francia; Dickens, en Inglaterra, y, más tarde a los novelistas rusos, como Fedor Dostoievsky y León Tolstoi. La novela es como un espejo en el que el siglo XIX se refleja con todo su esplendor y miseria. Este concepto se traslada también a la pintura: Courbet, Daumier y los paisajistas "al aire libre" desdeñan los claros de luna, típicamente románticos, y los sustituyen por un reflejo de la realidad, donde la ironía y la crítica se hacen muy frecuentes.
LA MÚSICA
Al igual que la literatura o que la pintura, la música supo expresar de manera insuperable el alma romántica. El triunfo, incluso social, de algunos músicos en toda Europa eclipsó a los restantes artistas. En primer lugar, en la ópera, el espectáculo favorito de la burguesía, como veremos más adelante: no solo los cantantes, sino los compositores, fueron grandes ídolos europeos. Pero también triunfan los pianistas y los violinistas, los grandes virtuosos de un instrumento musical, que viajan constantemente de concierto en concierto. Más aún, toda la concepción del arte se hace desde la música, el arte expresivo por excelencia. Los más grandes triunfos del romanticismo son musicales.
La música romántica está hecha para la burguesía, la clase social dominante; las orquestas tocan no en las salas de fiesta de los palacios, como en el antiguo régimen, sino en salas de concierto o teatros que acogen a una mayor cantidad de público. Consecuencia inmediata es el engrandecimiento de la plantilla orquestal; la orquesta del periodo clásico, pequeña, dobla el número de sus instrumentos de cuerda y arco (la familia del violín), y se puebla de instrumentos de viento y, en menor medida, de percusión. Incluso la música de cámara, hecha para la intimidad, se hace en salones burgueses o en centros especializados. Nace la llamada "música de salón", fácil y sencilla, que se convierte en la música de consumo del buen burgués.
El instrumento favorito de la burguesía es el piano, que va adquiriendo poco a poco grandes dimensiones y mayor sonoridad. Para él se escriben muchas de las mejores páginas de la música romántica y es, sin duda, el instrumento al que se destina mayor cantidad de composiciones. Podríamos decir que hace las veces de nuestros actuales aparatos de reproducción musical: tocadiscos, magnetófonos..., ya que incluso la música que no está compuesta para el piano es adaptada o transcrita para el teclado, a fin de que se haga popular y la pueda tocar cualquiera: desde las arias de ópera a las sinfonías orquestales. En muchos hogares románticos hay un piano y un pianista no profesional, a través de los cuales se efectúa gran parte del consumo musical.
Si nos fijamos en los distintos tipos del mismo instrumento que aparece en el salón burgués o en la sala de conciertos, comprendemos bien también la diversificación de las funciones que cumpla la música romántica. En el salón hay un instrumento vertical, que ocupa poco espacio; en la sala de conciertos o el teatro hay un instrumento mayor, horizontal, más poderoso y sonoro, el piano de cola. El primero es tocado por el aficionado; el segundo, por el profesional virtuoso y brillante, al que se escucha previo pago.
En general, la mayor cantidad de público que participa en los espectáculos musicales exige una música más fácil, menos complicada y menos seria. Pero al mismo tiempo para justificar el dinero que le ha costado, el buen burgués aplaude y prefiere el virtuosismo técnico, el "más difícil todavía" tanto en los instrumentos como en el canto. Este estado de cosas tiene como consecuencia el que el artista "serio" se rebele y desprecie este tipo de música; pero otros se acomodan perfectamente a este gusto musical dominante y, a veces, lo trascienden, es decir, logran hacer buena música halagando al mismo tiempo.
En líneas generales hay un lenta, pero progresiva, separación entre la música culta o seria y la música de entretenimiento. Hasta el triunfo de la burguesía, la música no se distinguía por este punto de vista: incluso la música de entretenimiento o de circunstancias estaba hecha de la misma manera y con igual calidad que la "seria", pues el público receptor era el mismo: la aristocracia y la intelectualidad. Desde ahora. la música culta va destinada a una minoría que la comprende y la estimula, y la música ligera es consumida por el gran público, con escasa exigencia de calidad. Aunque a veces la separación es difícil de establecer, y en ciertos momentos esta música de entretenimiento consigue obras excelentes.
Pero también se da otro proceso paralelo. La música culta pierde alegría y jovialidad. Parece que es consustancial a lo culto y minoritario el carácter sombrío y taciturno. Lo alegre, lo vivaz e irónico es generalmente rechazado como algo superficial y frívolo. La música culta no está hecha para divertir, sino para ennoblecer al oyente, intentando expresar o sugerir sentimientos y emociones.
Esta separación entre el artista y el público burgués es, sin embargo, ventajosa para el desarrollo del lenguaje musical, que evoluciona con más rapidez que en épocas anteriores. Evoluciona su sintaxis: la armonía es cada vez más atrevida, así como las búsquedas rítmicas y dinámicas. Al ser la música expresión individual de sentimientos del artista, rechaza las formas musicales preestablecidas o, si las utiliza, las rompe y magnifica. Así, la sonata y la sinfonía de este periodo hacen saltar los esquemas clásicos. Se prefieren las pequeñas formas, de estructura muy simple, pero que tienen la doble ventaja de adaptarse con más comodidad al contenido que quiere expresarse y son recibidas con más facilidad. Frecuentemente, la inspiración musical recibe un poderoso estímulo de algo no musical: es la expresión de estados de ánimo o de ideas que la música expresa con facilidad: incluso la sinfonía o la sonata se hacen portavoces de programas pseudoliterarios, o pasan llanamente a denominarse "poema sinfónico".
El romanticismo es, por último, un estilo internacional, un lenguaje que se entiende en todo el mundo dominado culturalmente por la burguesía europea. Pero en música es un estilo de neta supremacía alemana. De Beethoven a Wagner, los artistas germánicos imponen su concepción de la música culta, salvo en la ópera, en la que triunfan -siguen triunfando- los italianos, a base de un evidente anquilosamiento y pérdida de calidad.
Sin embargo, el centro musical europeo, allí donde confluyen todas las influencias y todas las escuelas, es París. En su Conservatorio, modelo de centro que imitarán muchas ciudades europeas, y en su Ópera se marcan los estilos y se consagran internacionalmente los artistas, casi todos extranjeros. París es la capital de la música romántica. Junto a ella, Londres y Viena, ciudades de gran actividad y consumo musical, y las ciudades-estado alemanas: Leipzig, Drede, Weimar. Las italianas solo importan para la ópera.
Trazaremos ahora un breve panorama general que nos ayude a comprender la evolución del romanticismo, y dejaremos para próximos temas el análisis más detallado de la canción y las pequeñas formas -casi siempre centradas en el piano- y de la ópera.
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