Beethoven, la plenitud del sinfonismo (Parte 1)

 ¿Cómo era la sociedad en esa época?

    La vida de Beethoven coincide de lleno con el período de las primeras revoluciones sociales y las grandes transformaciones del orden económico. Cuando sólo contaba con seis años, en 1776, se produjo la Independencia de los Estados Unidos de América, cuya Constitución recoge los principios ideológicos de la Ilustración. Pero el suceso más importante, no sólo de la época, sino de toda la reciente historia de Europa, es la Revolución Francesa.

    La Francia absolutista de Luis XVI empeoraba cada vez más su situación social y económica; una serie de crisis desencadenadas produjeron en 1789 un levantamiento de la burguesía que inmediatamente fue secundado por el pueblo. Las ansias de libertad tanto tiempo contenidas y el querer aplicar inmediatamente la ideología progresista burguesa  precipitaron los acontecimientos que, en unos pocos años, se suceden de manera vertiginosa. A la Declaración de los Derechos del Hombre y la Constitución sigue la proclamación de la República y el ajusticiamiento de Luis XVI en 1793.

    Lo sucedido en Francia alarmó a los soberanos de los restantes países europeos, temerosos de que el movimiento revolucionario se extendiera y pudiera liquidar sus privilegios. La actitud enemiga de las demás naciones ayudó a radicalizar la tumultuosa situación interna de Francia, que se complicó aún más hasta el golpe de Estado de Napoleón Bonaparte en 1799, quien cinco años después se corona Emperador. Normalizada la situación, la Revolución Francesa presenta su verdadero rostro: un movimiento al servicio exclusivo de la burguesía, en el que las clases populares sólo hacen el papel de masas. En cualquier caso, el despotismo reinante en las naciones vecinas no estaba dispuesto a admitirla.

    Reorganizado el ejército, Napoleón toma la iniciativa y ataca a las monarquías absolutas en brillantes campañas militares, aliándose en ocasiones con la burguesía progresista de esas naciones. Pero se producen reacciones, como en el caso de España, donde, por una parte, se pretende a niveles ilustrados una profunda reforma de su asfixiante régimen de gobierno y, por otra, el pueblo, narcotizado por siglos de miseria e ignorancia, se alza en armas contra los soldados de Napoleón en 1808, defendiendo a quien habría de ser uno de sus más siniestros gobernantes, Fernando VII, dando lugar a escenas de trágico heroísmo, como las inmortalizadas por Goya en sus lienzos y grabado.

    El ejemplo de España alienta a otros pueblos a mantener su resistencia, hasta que finalmente Napoleón es derrotado en 1814 por una gran coalición de ejércitos europeos; abdica y los vencedores proclaman rey a Luis XVIII, que inmediatamente restaura los privilegios de la nobleza y el clero. Ante el creciente descontento, al año siguiente Napoleón abandona su retiro y, reagrupado el ejército, entra en París, provocando la huida del rey. Cien días dura su intento, hasta que es definitivamente vencido en Waterloo.

    El Congreso de Viena (1814-15) está presidido por una ideología reaccionaria que pretende hacer marchar hacia atrás la Historia y volver al antiguo orden, consiguiéndolo durante las primeras décadas del siglo XIX a base de favorecer la reimplantación de monarquías absolutas (Austria, España, Prusia) en torno a la nobleza, el clero, la alta burguesía, la burocracia y los terratenientes, que defienden sus intereses privilegiados a través del autoritarismo político, la ortodoxia religiosa y el dogmatismo.

    Pero la semilla de las nuevas ideas, basadas en la libertad, la igualdad y la fraternidad, lema de los revolucionarios, había prendido en las jóvenes generaciones, que no tardarían en derribar el absolutismo en la mayor parte de los países, estableciendo formas de gobierno que respetasen la voluntad de los ciudadanos, la igualdad ante la ley y la libertad de las personas para elegir sus actos.

    Además de las transformaciones en el orden social y político, se produjo un hecho de la mayor trascendencia: la industrialización, que desde mediados del siglo XVIII aplica las máquinas para sustituir el trabajo artesano. La máquina de vapor, el telar mecánico, los vuelos aerostáticos, el ferrocarril, etcétera, significan la revolución industrial y técnica, basada en la producción masiva y en la ley del máximo rendimiento y beneficio. Esto hace que la sociedad, por encima de la división estamental entre nobles y villanos, presente ahora una polarización entre dos clases antagónicas: explotadores (patronos) y explotados (obreros), lo que en seguida se traducirá en los conflictos sociales y la lucha de clases que jalonaron el pasado siglo y que aún en el nuestro no han encontrado satisfactoria solución.

    Por lo que respecta a los movimientos culturales, conviene destacar el alemán Sturm und Drang (algo aproximado a "tempestad y emoción"), que en las décadas finales del siglo XVIII supone la disolución de las formas cortesanas. Influido por las ideas de Rousseau, rechaza el racionalismo riguroso y acentúa la libertad y el sentimiento, tendencias éstas que anuncian ya el Romanticismo; su mejor representante es J. Wolfgang Goethe. También el interés por los temas populares y tradicionales se incrementa notablemente en el primer tercio del siglo XIX, pues la reacción frente a la dominación napoleónica hizo despertar la conciencia de las nacionalidades y sus peculiaridades diferenciadoras.

¿Cómo era el arte en esa época?

    En la transición del Antiguo Régimen al mundo contemporáneo hay dos figuras geniales que presiden el panorama artístico: Ludwig van Beethoven y Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828). Si al primero dedicamos por completo este capítulo, sería injusto no referirnos siquiera brevemente al universal pintor aragonés.

    Hijo de modesta familia rural y con escasa formación, la vida de Goya parece orientarse tras su matrimonio con la hermana de Francisco Bayéu, pintor académico protegido de Mengs, quien para ayudarle le introdujo como pintor de cartones para la Real Fábrica de Tapices. La tosca personalidad de Goya parece adaptarse a la perfección a su trabajo, deslumbrado por el refinado mundo galante y colorista de la Corte, que él tan delicadamente llevaba a sus pinturas y que le valieron el favor de cortesanos y nobles, y, finalmente, del propio rey.


      Pero en 1792 sufre una grave enfermedad, que durante algún tiempo le deja imposibilitado de pintar, y, además, completamente sordo; a partir de entonces, aislado del mundo, su vida interior se intensifica y su sensibilidad se hace agudamente crítica. De los armoniosos tapices llenos de gracia, pasa a adquirir su estilo un talante fuerte y áspero, que exige técnicas nuevas cada vez más audaces y que culminan con los frescos pintados para la madrileña ermita de San Antonio de la Florida  y en el despiadado retrato de la familia del rey Carlos IV.

    Si en el retrato su profundidad psicológica es magistral, la técnica puesta al servicio de su turbulento espíritu alcanza mundos de expresión antes inexplorados, cuya más alta imagen son las pinturas negras, que hizo como decoración mural de su propia casa y que es un alucinado conjunto de figuras monstruosas en actitudes delirantes, de arrolladora fuerza expresiva. Goya, cuyo estilo y personalidad repugnan cualquier clasificación, se convierte por su técnica en el precursor de la pintura impresionista, y por su contenido, en avanzado del expresionismo y el surrealismo.

    De su dolorida observación social nos da testimonio en sus series de grabados, los Caprichos, donde fustiga la sociedad que le rodea: ignorancia, vicios, supersticiones, injusticias; su denuncia se hace desgarradora en los Desastres de la guerra y en los dos cuadros referentes a los sucesos del 2 de mayo de 1808 y los fusilamientos del día siguiente, en los que alcanza grados de tensión hasta entonces nunca experimentados en el arte.

    Paralelo a la interiorización y crispación de su mundo estético fue su progresivo acercamiento a las ideas liberales, que, al final de su vida, le llevaron a autoexiliarse en Francia, donde murió, espantado de la brutalidad de su antiguo protector, el rey traidor Fernando VII, a quien Beethoven había negado el envío de sus obras.

¿Cómo era la música en esa época?

    Lejos de ser un periodo esterilizante, la época del neoclasicismo (como corresponde al contexto de acontecimientos sociales en que se inserta) fue enormemente dinámica, según hemos visto en la transformación de la ópera y en la aparición de la orquesta moderna. Junto con la paulatina adopción y definición de la forma sonata, se afianza un nuevo instrumento: el piano. Nacidos uno y otro acontecimientos de la misma exigencia estética, su evolución correrá de forma prácticamente paralela hasta que, en el Romanticismo, estructura e instrumento adquieran con su madurez independencia definitiva.

El piano

    El órgano y el clavicémbalo son instrumentos muy adecuados para tocar en ellos música concebida según principios polifónicos y contrapuntísticos, pero a medida que se fue orientando el gusto hacia la música más monódica y hacia la expresión dramática de la melodía, los compositores empezaron a sentir la necesidad de contar con un instrumento cordófono de teclado -por las grandes posibilidades que ofrecía- capaz de expresar convincentemente todas las inflexiones de las melodías más líricas y, al mismo  tiempo, ser lo suficientemente versátil como para producir sonoridades potentes y enérgicas.

    Fue el italiano Bartolomeo Cristofori quien, en 1709, aplicó a un armazón de clavicordio unos macillos que, impulsados mediante un teclado, golpean las cuerdas retirándose inmediatamente y dejándolas vibrar libremente; además, inventó un sistema de "apagadores" que, al retirar el dedo de la tecla, caen sobre la cuerda, impidiendo su vibración e interrumpiendo el sonido. 

    A pesar de ello, los mecanismos de estos instrumentos eran muy deficientes y su sonido resultaba un tanto pobre, hasta el punto de que Bach, que los conoció hacia el final de su vida, no les dio gran importancia.

    Pero los resultados sonoros que a mediados del siglo XVIII se obtenían de la experimentación orquestal -Manheim, etcétera- estimularon la inventiva de músicos y constructores, empeñados en perfeccionar un instrumento capaz de evocar las sutilezas y la grandiosidad del juego orquestal y sus contrastes. El nombre de "piano" procede de su primitiva denominación: piano-forte, pues, en efecto, a pesar de sus primeras limitaciones, el nuevo instrumento podía pasar de obtener sonidos suavísimos a otros de sonoridad masiva, es decir, piano y fuerte.

    Así es como lo exigía la nueva estética, basada en los contrastes de expresión intensiva, temática, melódica y rítmica, como los dos temas de la sonata que por entonces perfilaba su estructura característica. Las innovaciones se sucedieron con rapidez y los constructores más importantes (Sibermann, Stein, Erard, etc.) trabajaron con ahínco en el perfeccionamiento del piano.

    Junto a ello, y alentados por las nuevas posibilidades, los compositores fueron creando obras para este instrumento y dearrollando una técnica particular de interpretación; Haydn, Mozart, Clementi, etc., son nombres que jalonan el camino de la evolución pianística hasta Beethoven, con quien el piano entra en su momento culminante: el romanticismo.


Tomado de: Música y Sociedad de Jacinto Torres, Antonio Gallego y Luis Álvarez


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