Del rococó al neoclasicismo (1/3)

 LA SOCIEDAD

    El absolutismo monárquico alcanza su mayor fuerza y esplendor en la Europa del siglo XVIII, apoyada en la nobleza tradicional y la burguesía capitalista. La aristocracia, tanto civil como eclesiástica, viendo la competencia de que era objeto por parte de la burguesía en el ejercicio del poder, se encastilla cada vez más en sus privilegios; pero la burguesía, que desde hacía tiempo ya tenía el poder económico, no se conforma con ser el sostén financiero del Estado y pretende alcanzar también el poder político.

    Su oposición a las viejas ideas tradicionales favorece la aparición de todo un movimiento cultural nuevo: la Ilustración. Heredera del humanismo y del racionalismo renacentista y enriquecida por las innovaciones en el conocimiento de la naturaleza y por el desarrollo de la investigación y la técnica, la Ilustración es la ideología y la cultura propias de la burguesía europea en el siglo XVIII, una clase social dinámica y progresista, con recursos económicos, y que ya no se contenta con imitar las costumbres de la aristocracia.

    Frente al poder absoluto del Estado y de la Iglesia, los <<ilustrados>> oponen la igualdad de todos ante la ley, la libertad espiritual e ideológica, la tolerancia religiosa y la búsqueda de la felicidad a través del conocimiento y dominio de la Naturaleza por procedimientos fundados en la razón.

    Las ideas ilustradas fueron formuladas y defendidas por los más destacados intelectuales del siglo; como Montesquieu y Voltaire que con sus escritos, de un estilo irónico y brillante, atacan los fundamentos del poder absoluto. Pero la gran obra de la Ilustración es la Enciclopedia, en la que colaboraron los científicos y pensadores más importantes, dirigida por Diderot y D'Alembert. A pesar de la prohibición de los obispos y del Gobierno, pudo editarse por completo desde 1751 y su influencia en la vida social posterior de Europa fue decisiva. La Enciclopedia resume todos los conocimientos de su época con un alto nivel científico y es el portavoz del racionalismos ilustrado.

    Colaborador de la Enciclopedia, Jean Jacques Rousseau (1712.1778) es, tal vez, la figura intelectual más importante del siglo XVIII. Su ideología añade al valor de la razón la importancia del sentimiento; propone la vida natural como situación ideal y considera que la estructura social y los intereses de estado corrompen la bondad natural del hombre. A diferencia de los primeros ilustrados que opinaban que el progreso científico y técnico mejoraba los valores morales del hombre, Rousseau se da cuenta de que la sociedad está organizada de forma injusta y, en consecuencia, afirma que para mejorar al hombre antes habría que cambiar la sociedad.

    La importancia de las ideas enciclopeditas y especialmente de Rousseau fue el gran motor que puso en marcha la conciencia crítica de los hombres del siglo XVIII, que ya no estaban dispuestos a admitir el origen divino del poder y preferían que fuese la voluntad de los ciudadanos la que eligiese a sus gobernantes y pudiese pedirles cuentas de su actuación.

    Las clases en el poder, aristocracia y alto clero, intentaron una maniobra muy repetida en la Historia: al ver amenazada su prepotencia, asimilan algunos aspectos de las nuevas exigencias y emprenden una serie de reformas (obras públicas, regadíos, supresión de la práctica habitual de la tortura, centros educativos y de beneficencia, etc.), que parecen satisfacer las aspiraciones públicas, pero que en fondo dejan intactos los privilegios de sus promotores. Esta forma de gobierno se conoce con el nombre de Despotismo Ilustrado, y su lema es <<todo para el pueblo, pero sin el pueblo>>. Seducida por estas reformas <<desde arriba>>, la burguesía en principio colabora con los reyes hasta que se da cuenta de que el reformismo es sólo un disfraz, pues no ha obtenido una condición fundamental: la verdadera igualdad y la libertad; el necesario desenlace se produce en 1789: la Revolución Francesa, a la que nos referiremos más adelante.

EL ARTE

    El barroco alcanza en el siglo XVIII un grado extremo de exasperación a través de lo que conocemos como estilo rococó, llamado así por los alemanes que aludían con ello a la rocalla decorativa que se empleaba con profusión. El estilo rococó es la última y desesperada manifestación estética de una aristocracia cuya omnipotencia entraba en lenta agonía.

    En la sociedad dieciochesca se observa una cierta <<reducción>> de lo monumental y espectacular a lo individual que conducirá a un nuevo concepto de intimidad no exenta de un toque frívolo. La expresión artística del rococó se conduce, más que a lo arquitectónico, a lo decorativo, a lo ornamental, recurriendo a formas sinuosas, asimétricas, caprichosas, evolucionadas de manera ajena a toda lógica y con un predominio de la línea curva que alcanza el paroxismo, como sucede en numerosos palacios y templos de Alemania, donde este estilo de origen francés encontró inmediata aceptación.

    Esa reducción de que hablábamos se expresa en la escultura, que centra su atención en potenciar la expresión del individuo, o que, con frecuencia se convierte en delicadas figuritas de porcelana. Los grandes frescos pictóricos son sustituidos por tapices de escenas cortesanas, y los temas preferidos por la pintura son las fiestas galantes y el retrato. El primer pintor importante del siglo XVIII es Antoine Watteau, autor de muchas obras entre las que destacan sus escenas galantes y en las que no falta un dejo de melancolía que parece aludir a ese brillante mundo que se apaga. Junto a los también franceses Jean Honoré Fragonard y Quentin La Tour, destaca el italiano Giambattista Tiepolo que trabajó en España, y los ingleses William Hogarth y Thomas Gainsborough.

    Por su parte, la burguesía ilustrada reaccionó hacia mediados del siglo prefiriendo un estilo más acorde con las ideas del racionalismo enciclopedista; a ello se añadieron el interés despertado por los hallazgos arqueológicos de las ruinas de Pompeya y Herculano y los estudios cada vez más rigurosos sobre el arte griego. Tuvo gran importancia la Historia del Arte en la Antigüedad de Winckelmann, publicada en 1764, que viene a ser el punto de partida de la moderna historia del arte.

    De nuevo inspirado en los modelos antiguos el neoclasicismo es el arte que domina en el último tercio del siglo XVIII y que persistirá durante las primeras décadas del siguiente.. Se basa en un renovado concepto estético que proclama las excelenticas del arte griego, a cuyos cánones y normas debían someterse los artistas, como el pintor Antonio Rafael Mengs, de estilo razonable y académico, autor de un importante tratado de estética, o Louis David en cuya obra, ya entrado el siglo XIX, triunfa el espíritu neoclásico a través de la primacía del dibujo y las líneas esbeltas.

    Aún más evidente es el nuevo estilo en la arquitectura, donde se impone la línea recta ante la dislocada vorágine del rococó; en España tenemos magníficos monumentos neoclásicos, como el Museo del Prado o la fachada de la Catedral de Pamplona, obras de Juan de Villanueva y de Ventura Rodríguez, respectivamente.

    El estudio de la historia y la arqueología habían posibilitado el movimiento neoclásico, pero simultáneamente a él aparece su antítesis, el prerromanticismo, que tenía un mismo origen común de atención al pasado histórico pero en lugar de abstraerlo y racionalizarlo, se inclina por lo particular de los pueblos, indaga e idealiza el mundo medieval y exalta lo individual. Esta concepción romántica será la que caracterice al siglo XIX.

LA MÚSICA

    Seguir la evolución de la música durante el siglo XVIII es tal vez la mejor guía para conocer los cambios sociales que en él se produjeron. La reacción aristocrática que supone el estilo rococó tiene su contrapartida musical en el llamado estilo galante y en la ópera seria, última herencia del barroco y cuyos principales compositores han sido ya tratados en anteriores capítulos.

    El tránsito ideológico potenciado por la Ilustración y que se encarna en la Enciclopedia se traduce musicalmente en la aparición y auge de la ópera cómica y en el definitivo éxito del estilo burgués, que da sus mejores frutos al final de la centuria. La estética neoclásica, que exige el triunfo del arte sobre las miserias y los sufrimientos de la vida real, se expresa con sus mejores perfiles en la obra de un Haydn y, especialmente, en la de un Mozart.

    Partiendo del estilo galante, la nueva estética cuajará en compositores como Gluck, Stamitz o los recién mencionados, al tiempo que se consuma la escisión entre la música de cámara y la música sinfónica, es decir, entre la música para participar y la música para oír.

    El triunfo de la ópera cómica, de asunto intrascendente y de ligera partitura musical, fue obra de los enciclopedistas que inmediatamente tomaron partido por ella frente a lo que la ópera tradicional significaba: la reafirmación de la ideología de la clase en el poder que, al margen de sus valores musicales, utilizaba la ópera como elemento de ostentación de su preeminencia social y de sus códigos de comportamiento. Con distinto matiz, la ópera de la burguesía, del siglo XVIII a nuestro tiempo, no ha dejado de hacer lo mismo: los grandes teatros siguen manteniendo la forma semicircular o aún más cerrada, lo cual a veces impide ver el escenario, pero resulta excelente para que los asistentes se vean entre sí. El espectáculo también está en las butacas.

    Al mismo tiempo, asistimos al nacimiento de la música como espectáculo comercial; muy tímidamente al principio, se va extendiendo la práctica del concierto público, no ya habitual sesión cortesana para divertimiento de un poderoso y sus invitados, sino la ejecución independiente de ópera o música sola promovida por un empresario a la que acude quien tiene interés en ello y dinero para pagar su entrada. Esto, indudablemente, significa una posibilidad de liberación para el criado de librea que sigue siendo el músico y siempre, claro está, que su obra haga las concesiones suficientes para halagar al público de quien depende el éxito o el fracaso; pero sólo es eso, una posibilidad todavía inmadura ante cuyas exigencias el genio de Mozart sucumbirá.

    Pero lo que más merece ser resaltado de este siglo XVIII es que, a través de la consolidación de las formas (sonata, sinfonía, concierto), se fragua el ingreso en una era moderna de la concepción del fenómeno musical. Moderna y actual por cuanto que la fuerza social en ascenso que la hizo posible, la burguesía, es quien todavía hoy domina la vida pública.

    Para terminar este breve panorama, diremos que la música española queda muy postergada en este <<siglo de las luces>> debido a las preferencias italianistas de los monarcas, que hacen venir a su servicio a figuras de primer rango como Domenico Scarlatti o Luigi Boccherini. Aunque valenciano de nacimiento, por su formación y estilo, ha de considerarse italiano a Vicente Martín y Soler, que alcanzó gran celebridad como operista. Aparte de la excepcional figura de Antonio Soler, autor de interesantísimas sonatas y conciertos con frecuente uso de ritmos populares, y la más secundaria de Manuel Canales, compositor de cámara, tras los anteriores siglos de oro la decadencia cultural española se manifiesta a través de la tonadilla escénica, cuyo popularismo frívolo sólo en raras ocasiones encierra obras de algún valor.



* Encuentra esto y más en "Música y sociedad" (Torres y otros)

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